26 de enero de 2021

Concurso de relatos Zenda: #MiMejorMaestro

 El 28 de enero vence el plazo para presentar un máximo de dos relatos a este concurso de Zenda. Yo quiero rendirle un pequeño tributo a Fina, mi profesora de Cultura Clásica y Griego de mi época en el instituto. Valga como mínimo para disfrutarlo:

FINA

Nunca llegué a pensar que repetir curso fuese a producirme tanta satisfacción; los pasos hacia atrás no tenían por qué convertirse en un retraso respecto a los demás compañeros, pues no me hallaba en mitad de competición alguna con nadie. Por ese motivo, en 1999 inicié una carrera en sentido contrario al esperado, en la que marqué mi ritmo, sin preocuparme de los prejuicios por cursar lo mismo otros nueve meses. Al llegar a la meta, punto de salida de una aventura sin fin, me encontré en la tierra donde se originaron las Olimpiadas. Decidí, sin embargo, apuntarme a ellas y me atavié con un conjunto cuyo patrocinador me acompañaría desde entonces: Cultura Clásica.

Con su característica melena ondulada, Fina cruzó la puerta de aquella aula por primera vez como profesora mía. Tras una prueba inicial, cuyo resultado imitaba él éxito de Apolo en su lucha por desposarse con Dafne, Fina comenzó a traducir las piezas indescifrables de aquel puzle de dioses, héroes, lugares y otros personajes mitológicos: Afrodita, Hércules, Creta, Rómulo (¡hasta Amaltea se unió al elenco!) y un largo etcétera conformaron un entramado de aventuras apasionantes que, además, me eran transmitidas con una vocación y profesionalidad que empapaban hasta la inundación al cerebro más árido de conocimiento. Una lluvia torrencial de novedades, de motivación y de aliento que Fina provocó no solo sin ocasionar destrozos, sino también sin la ayuda de Zeus y de su rayo impenitente.

La primera temporada de esa fantástica serie terminó de forma sobresaliente en todos los sentidos, lo cual me alentó para seguir la segunda a precio de ganga: sin depositar ni un duro y con una maestra de ceremonias prémium a cargo del guion. Los episodios se sucedían con el mismo fervor pasional que la primera temporada: El mito de las edades, El fin de Troya o La fundación de Tebas me hacían disfrutar de aquella sucesión de aventuras plagadas de designios caprichosos sin necesidad alguna de Netflix ni de Youtube, que por entonces ni un mito era capaz de describir. Además, esta temporada incluía unos extras. Estos, que respondían al nombre de «Morfología del latín» versaban sobre unas misteriosas declinaciones que, cual virus, hacían mutar a sus sustantivos, adjetivos y determinantes de todo tipo tanto en forma como en traducción y sobre unos verbos cuya flexión recordaba a la del español. Los pequeños detalles, según dicen, son los que más cuentan. Estos, de la mano de Fina y su ímpetu docente, me llevaron al Bachillerato de Humanidades. La serie «Cultura Clásica» había terminado con otro final de diez.

Pero la historia dio un giro grafémico.

Querer seguir cursando una asignatura capitaneada por aquella mujer, que en aquel transcurso me llevó por los agitados mares de Odiseo, el Olimpo y el Hades, se convertía en garantía de llegar a buen puerto académico, pues no hay ola que se resista a la embarcación en cuyo timón se posan unas manos expertas. Viajé a ninguna parte: me quedé en Grecia. «En la primera unidad estudiaremos el alfabeto griego» fue el punto de partida para aprender que la beta no es solo una versión de prueba de una aplicación, que «delta» no solo es un término que recuerda a un río, que la kappa no era solo una marca de ropa deportiva y que la pi no es solo el 3,1416 y sus infinitos decimales, que tantos quebraderos nos ocasionan a los de letras. Grafema a grafema, cada cual con sus giros, me llevé para siempre los trazos que empleó Homero para sus obras, aquellos que han plasmado tantas historias marítimas... como en la que me quise embarcar.

Y entonces, el barco encalló.

El curso antes de partir yo a la universidad, Fina dejó el centro. Ahí terminó un periplo por unas aguas que resuenan pacíficamente en mis mejores memorias. Gracias a ella, supe qué es el saber, el instruir y el transmitir con entereza. Supe que a pesar de haber cursado mi añorada diversificación estaba preparado para enfrentarme a retos bastante mayores. Recordé qué es que confíen en ti, que te reconozcan el más mínimo logro a golpe de «muy bien», que te ensalcen los que sobrepasaban lo esperado y te hicieran rectificar deslices no poco significantes. Pero la mejor lección que me llevé es de las que no forman parte del aula: un error no te hace menos que nadie, pues la enajenación transitoria es una licencia que podemos tomarnos para percatarse de las consecuencias de desviarse del camino.

Hoy día, esa autoridad de aquellos mundos olvidados sigue sellando en sus estudiantes los planos necesarios para construir ya no solo un proyecto de futuro en la disciplina que persigan, sino también un rigor y una determinación que perduran en tu identidad profesional para la eternidad, como aquellos, lugares, dioses, héroes y otros seres mitológicos que nos acompañan desde los albores de nuestra civilización.

Gracias siempre, exprofesora.  

 

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