De un accidente te podrán decir que puedes sacar una gran lección: la importancia de no descuidarse al volante, de llevar revisado el coche, etc. Sin embargo, también puede surgir una magnífica historia de suspense y su autora no ha desaprovechado la oportunidad que le ha brindado su imaginación.
En primer lugar, destacaría el contraste entre los protagonistas. Nadie se parece a nadie, lo cual conduce a diversas formas de ver el mundo y, para el caso, de afrontar y gestionar el grave hecho que presenta la obra. Enriquecedor, sin duda. Edades, gustos, objetivos en la vida y condiciones sociales se entremezclan de forma que, a pesar de ser cada uno hijo de su madre, la lectura resulta cómoda.
Otro aspecto importante es que la incertidumbre se masca desde el primer momento. Patricia pone al lector en una situación mundana que irá tomando tintes surrealistas desde pronto. Todo ello llevará a un ambiente de creciente tensión a medida que se suceden los hechos y se conectan con el pasado; los personajes no ayudarán a que se esclarezca el caso, por lo que el lector es invitado a darle vueltas al cerebro.
La obra es un continuo envite entre dos fuerzas: el amor y el odio. Al deseo de querer ayudar y proteger a quienes peor lo están pasando se unen sentimientos contradictorios, de venganza, que originará varios conflictos a lo largo del relato. Con ello, Kilómetro 93 cobra especial realismo al reunir lo mejor y lo peor del ser humano, a veces hasta puntos insospechados.
Una puntualización más: este libro es un recordatorio a la importancia de no meterse en líos cuando puedes evitarlos. Las consecuencias, entre muchas posibles, están muy bien descritas entre sus páginas.
Con el suspense por bandera, unos cuantos toques macabros y una narrativa sencilla de seguir, Patricia nos trae una historia fantástica que ayuda a reflexionar sobre el mal innecesario y perjudicial no solo para sí mismo.
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