Profesora, hazme
recordar aquel libro que, a través de sus veinticuatro cantos, narraba las
aventuras del héroe mitológico de Ítaca. Fue aquel que, habiendo cegado a un
cíclope tras una ingeniosa artimaña, se atrevió a desafiar a Poseidón en su
casa, en las aguas de un piélago que no ha conocido tripulación más valiente
que la de aquel mortal desdichado. Fue aquel que no sucumbió al poder infinito
de Circe y su capricho de transformar todo lo que quería a su voluntad. Fue
aquel que permaneció cautivo por Calipso, ninfa de belleza sin parangón que
habitaba Ogigia, y que logró escapar por designio divino. Fue aquel que conoció
en primera persona a Escila y Caribdis, monstruos marinos que marcaron un punto
de inflexión en su larga travesía marítima, que le hicieron conocer la soledad
y la frustración como nunca antes. Fue aquel a quien Atenea, versada en
cuestiones bélicas y acompañada siempre de su lechuza, protegió como a un hijo
del Olimpo y veló por el resto de sus pasos por tierras que le eran ajenas, a
las cuales un mar impetuoso lo había arrastrado, y de las cuales no mentaré
palabra alguna para que así otros navegantes se animen a lanzarse a semejante
viaje bajo los ojos y voluntad de Neptuno.
Haz asimismo que
resuene en mi recuerdo, profesora, lo que contaba ese libro de aquella mujer
paciente y fiel que, ante la ausencia de su esposo, soportó las calamidades más
deshonrosas posibles por parte de aquellos conocidos intrusos que allanaron su
morada inmaculada. Haz, de igual modo, que venga a mí aquella estratagema
tejida desapresuradamente que vivía de día y se volvía hebra por la noche. Tráeme
al presente esa referencia a esa igualdad por la que ella pujaba y que brillaba
por su ausencia en una Grecia ya muy pretérita, esa que mostró cuando cobijó a
aquel pedigüeño con piel de guerrero y le proveyó de los mismos derechos que
gozaban aquellos desalmados de manera ilegítima.
Léeme otra vez Odisea, profesora, para que Ulises y
Penélope sigan sin caer en el olvido cuando las generaciones sigan
transcurriendo. Ninguno de los personajes de esa obra podrá considerarse
decrépito mientras sus nombres permanezcan desde bien pronto en el conocimiento
general de los más jóvenes. Y es que la asignatura de Cultura Clásica, que
trata asuntos de una época olvidada, es el mejor vehículo del presente con los
mejores espejos retrovisores, los cuales, desde aquí, te trasladan hasta donde
tu deseo de aprender te lleve.
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